La estatua, de Günter Grass (Alfaguara) Traducción de Carlos Fortea | por Juan Jiménez García

Günter Grass | Exposición de primavera

Viejos tiempos del pasado… Aparecen en los cajones, en baúles olvidados, entre papeles, obras enteras, fragmentos de otras, esbozos y dibujos,… Hay en todo ello una nostalgia de aquellos escritores que nunca se quedaron atrás, sino ahí, presentes, con insistencia presentes, pese a todo. Pienso en Georges Perec, del que echamos de menos todo, o incluso de la rabia de Louis Ferdinand Céline, que también. Ahora Günter Grass, que siempre relaciono con aquellos días de verano, bajo la palmera, en el césped, mientras los demás dormían y yo leía, leía al escritor alemán. Era feliz. Por eso cada nuevo encuentro con él, aunque sea fruto del azar de aquello encontrado, es un acontecimiento. Un acontecimiento íntimo. Entonces, se publica un librito, algo más que un relato con grabados también encontrados, este La estatua. Sabe a poco porque es poco, pero ese poco es mucho, porque, magdalena proustiana, airea sentidos recuerdos, pasadas lecturas, nostalgia del futuro, aclara las nieblas del presente y nos quedamos pensando en ese pasado, como decía, de luz del verano y olor a mar. Volviendo a Céline, en Grass también está esa musiquilla de su escritura, tan reconocible. En Grass, la lectura es otra, tan solo suya. Tan suya como sus grabados (ahora recuerdo, allá en Barcelona, aquella exposición que encontré de paso… tal vez buscada, pero recordada de paso; es curioso, me recuerdo en Barcelona siempre solo, aunque no fuera siempre así, no siempre). En todo caso, Grass murió allá en Lübeck en 2015. En 2003 escribió La estatua, dicen, en Vogterhus. Al escritor le gustaba nombrar lugares. En la historia, el muro estaba por caer. Un viaje al otro lado, la parte oriental. Luego una visita a Naumburgo, unas imágenes descoloridas en la catedral y, entre ellas, Uta de Naumburgo, medieval, inspiradora e incluso figura idealizada por el nazismo. Más tarde, cae el muro. También caen los tiempos. Grass se encuentra con otra figura de Uta, pero esta figura esta viva, aunque inmóvil y pide dinero en las plazas. En la plaza de Frankfurt, por ejemplo. Bajo la vigilancia de un tipo que tal vez sea libanés, pero no es libanés, sino alguien que no quiere ser lo que es. Entonces el pasado medieval se cruza con el presente poscomunista o algo así. El tiempo, montado en una maquina que se mueve por railes (pero no un tren), avanza y retrocede y acaba, como otras veces, por ser una sola cosa, que está ahí para rescatar imágenes y relaciones que tan solo existen en nuestra cabeza y en el hilo laberíntico de nuestros pensamientos. A veces, miro los nueve gatitos que cruzan frente a mi mirada en riguroso orden. Otras, el libro de grabados abierto en ese atril. Alrededor, hay flores secas y también flores preservadas. Quiero decir: todo nos dice algo, si sabemos mirar. Todas las cosas hablan con nosotros, y nosotros, de algún modo, sentimos la necesidad de hablar con ellas. La estatua es la necesidad de Günter Grass de hablar con alguien. Cuando un escritor siente la necesidad de hablar con alguien, cuando ese alguien es también, y primero, uno mismo, entonces escribe. E incluso en la fugacidad de esa escritura encontramos algo. Una idea, un sentimiento, una sensación.


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